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Esta rotunda frase protagoniza una anécdota de finales del siglo XIX, pero aún hoy está más que vigente. Los ciclos históricos se repiten, y una situación de crisis no es la primera ni la última vez que se haya vivido, aunque cada una de ellas tenga su idiosincrasia particular. La que hoy vivimos tiene la particularidad de que nos la encontramos la generación mejor preparada de la historia. Millones de estudiantes nos enfrentamos a la decisión de elegir en su día qué carrera estudiar. Algunos optaron por carreras con salidas, otros por titulaciones que se estudiaran en su ciudad de residencia, algunos por la moda o por el estatus social que ello conllevaba… y la gran mayoría de los que hoy somos arquitectos, por vocación. Esta vocación que nos llena la boca al decirlo (soy ARQUITECTO), es la que por desgracia está jugando en nuestra contra. Hoy en día siete de cada diez arquitectos están en paro, trabaja como falso autónomo o gana un salario muy por debajo del salario mínimo interprofesional. ¿Y qué es lo que hace que sigamos insistiendo en trabajar como arquitectos? La vocación. Los honorarios que hoy en día cobran los afortunados que pueden seguir trabajando como arquitectos, rondan una bajada del 40-70% con respecto a los baremos orientativo de los colegios de arquitectos. Estos honorarios permiten pagar los gastos de seguridad social, seguro de responsabilidad civil y declaración responsable obligatoria, colegiación anual y gastos colegiales de proyecto, y lo que todo hijo de vecino tenemos que pagar (luz, agua, comida, alquiler o hipoteca…). Lo que origina que algunos compañeros nos plantemos y de manera muy digna estemos rechazando trabajos en condiciones de esclavitud. Gran cantidad de colegas se han visto en la obligación de emigrar (“obligación” no es lo mismo que "movilidad exterior"). La mayor parte de ellos a países en vías de desarrollo, con sueldos muy bajos que los condena a tener difícil el regreso a España, y que lo han sacrificado por su vocación de trabajar como arquitectos. La Ley de Servicios y Colegios Profesionales que aparece en parte de los periódicos hoy en día, pone en serio peligro el concepto de arquitectura, ya que permite diseñar edificios a profesionales que no están preparados para ello (¿qué diríamos si no hiciese falta ser cirujano para operar?). Cada profesional estamos formados en nuestras competencias, y aprobar una ley que suprima esta organización puede provocar un caos en la sociedad. La aparición del nuevo impuesto de autónomos societarios con un aumento del 25% de la cuota en profesionales que nos resulta muy difícil llegar a fin de mes no ha hecho más que apuntillar la crónica de una muerte anunciada. ¿Qué más tiene que pasar para que dejemos nuestra profesión?, ¿hasta cuándo nos aguantará la vocación? |